El primer medio de comunicación de masas fue el periódico, que limitaba, al norte, sur, este y oeste, con el borde de la página, extendida sobre la mesa de café. ¡Oh! Y el número de papeles que llevaba el rotativo. Esa era su extensión. Un variopinto grupo de periodistas —el de internacional, que se lleva mal con el de deportes, la extrovertida redactora de política, el escritor en estado de gracia de turno— podía llenar las cuarenta planas, o más, del diario, con cierta soltura. Cada día, todos los años.
Luego llegó la radio y con ella veinticuatro horas de un vacío que había que llenar. ¡Cuántas posibilidades! Este Big Bang de ocio creó las radionovelas, la música en directo, los espacios de humor y, por supuesto, los programas de radio. Algo parecido ocurrió con la televisión. Y es que llenar veinticuatro horas con, y aquí llega la palabra del día: «contenido», no es nada fácil, hacen falta muchos teclados tecleando todo el día, algunos incluso con todas sus letras.
Para llenar cada programa de trepidante contenido surgieron profesiones y formatos, estructuras y nuevas maneras de contar historias. Un proceso orgánico que tenía como objetivo producir mejor entretenimiento de una forma más sencilla. Y de la mano de los formatos, vinieron los presentadores, cocineros, showrunners y niños prodigio. La historia del siglo veinte fue narrada por una clase social prácticamente nueva: el famoso. La locutora, el redactor o el presentador que enamoraban al auditorio a pie de micrófono.
Estos tres medios de comunicación: periódico, radio y televisión, convivieron en una suerte de pax romana, cada uno explorando sus propios formatos, temas y clichés. Pero luego, cambió todo.
Bienvenidos al circo de El Digital, un medio que coquetea con lo eterno, en el que hay que llenar el infinito y donde todo el mundo compite en una carrera contra el tiempo. ¿El espacio? Eso ya da lo mismo, hasta que El Algoritmo —así, en mayúsculas, que vea que le doy la autoridad que requiere, a ver si eso da puntos— diga lo contrario.
Ahora, que el tiempo de atención medio a quedado muy por debajo de lo que una tostadora tarda en convertir una rebanada blanda en una loncha donde uno pueda esparcir la mantequilla dignamente, las agendas de medios, empresas y escritores, están marcadas por dos necesidades: el tráfico y la facturación. Cualquiera que quiera existir y competir en el mundo digital —que durante los últimos meses ha sido, para muchos, más real que “lo offline”— siente un hambre insaciable por estas dos métricas. El tráfico es dinero y la facturación, dinero inmediato. Ambos son condición de posibilidad para la construcción de un proyecto de éxito. No importa si estás al frente de una empresa local de venta de radiadores o de un gran museo nacional.
“¿Cómo conseguimos más tráfico?” junto con “¿Cómo facturamos más en El Digital?” son el tipo de preguntas que todo el mundo está respondiendo con mayor o menor solvencia. Y la respuesta parece ser —redoble de tambores por favor— el «contenido». ¡Felicidades! Ahora hacer contenido es más fácil que nunca. ¡Coge tu smartphone de última generación y comienza a llenar ese infinito con lo que tengas a mano! Haz videos, muchos vídeos, y súbelos a Youtube, Instagram, Linkedin, Facebook, Tuenti y Fotolog. Hazlos virales con el poder de las redes.
¿Quién quiere gastarse los cuartos en una novela negra cuando se tiene a un solo click un espectáculo tan terrorífico como es esta inmolación diaria de tantas identidades digitales? Las propuestas como «¡Hagámoslo todo!» acostumbran a ir acompañadas de un invisible, insonoro e inoloro «—Y todo mal…—». Escribir es un arte y la gente estudia durante años para comprender sus mecanismos fundamentales. Mucho más ahora, que la esperanza de vida de nuestra atención se mide en cinco segundos . Ocurre lo mismo con la grabación de contenidos audiovisuales y la fotografía. Para que un canal ayude a conseguir objetivos es necesario un compromiso con la calidad y la identidad. De lo contrario, sucede el gran delirio: innumerables posts, publicaciones y vídeos huecos, hechos con tanta pasión como una circular de la administración pública. El alma, si la tuvo, se perdió por el camino.
Contra el delirio, apuesta por la calidad. Establece contacto con grupos más nutridos, integra al lector, a tu equipo y a la competencia; alrededor de cada proyecto hay una selva de expertos locales, trotamundos, enlaces y famosetes que están más que encantados de aportar. Muéstrate interesado, no solo interesante: contesta los comentarios. Valora el proceso como lo que es, un camino en el que cada paso es importante. Construye una agenda alrededor de acciones pequeñas y específicas, abarca lo justo. Y a la hora de abrir canales, contén el impulso. Y una vez comiences, no arries velas temprano. Construye una identidad digital a prueba de bombas.
No es que al Homo Sapiens Digitalis le interese la calidad, es que le seduce, le apasiona. Puedo asegurar que fideliza, y a algunos hasta les enamora. Independientemente de la edad y de los gustos, la gente busca en internet, y quieres que te encuentren a ti. Y quieres que, cuando llegue el descubrimiento, la tasa de rebote cotice a la baja, y el compromiso, al alza.
El digital es un entorno increíblemente fértil y lucrativo para quienes creen en el contenido de calidad. Los blogs amateur crecen hasta ser startups, que son rentables gracias a sus tiendas online. Y es entonces, con el proyecto brillando a plena potencia, cuando el resto de canales suman con todo su poder. Ya no hay delirio; larga vida a la omnicanalidad.